viernes, 29 de marzo de 2013

Lo que se puede sacar de un ejercicio de filosofía.


Era un jueves a última. Yo, después de un día agotador, muy contenta porque tocaba mi asignatura favorita: Filosofía.
La profesora llegó y nos dijo "os voy a mandar una redacción...". Nosotros, encantados con el ejercicio (somos una clase a la que le encanta escribir), le preguntamos que sobre qué teníamos que escribirla. Entonces, la profesora se dirigió a la pizarra y comenzó a escribir:

"Imagina que ocurre un desastre mundial y sólo sobrevivís 20 personas. ¿Qué haces? ¿Cómo os organizáis? ¿Surgen conflictos en el grupo?..."

¿Cómo me imaginé yo la situación? Bueno... Pues os lo voy a mostrar:


«Aquel día... era un día aparentemente normal. Sí, se presentaba bastante normal. Con un sol especialmente brillante, la verdad, no sé si sería algo relevante a lo que sucedió.
No me desperté con demasiadas ganas; tenía un examen de matemáticas, encima a última hora (lo que suponía todo un día de nervios y sufrimiento), para el cual me quedé estudiando casi toda la noche y ni así me veía segura de aprobar...

Como de costumbre a final de cada trimestre, me levanté con el tiempo justo de hacerlo todo pero sin ponerle demasiado entusiasmo. "Es lo que tiene el llevarse dos semanas sin dormir", me decía a mí misma mientras me ponía lo primero que encontré en el armario. "Mi vida en época de exámenes no me gusta para nada".

Sin acabarme el desayuno y con 5 minutos de retraso, salí con mi madre. Ella me acompañó hasta el final de la calle, y ya tiraba por otro camino para irse al trabajo. "Recuerda que hoy me quedo hasta más tarde; tienes que calentarle la comida a Diego en el microondas. Si no te acuerdas de cómo se hace o lo que sea, llámame". "Sí, mamá", le respondí con voz de soy una experta en todo, no necesito tu ayuda, aunque esperando, por el bien del almuerzo de mi hermanito, que el microondas nuevo, el cual todavía no había tenido el placer de probar, no tuviese ninguna diferencia con el anterior.

Llegué unos 7 minutos tarde. Pero como tocaba alternativa, tampoco me perdía demasiado. En clase estaban todos como yo: mirándose todos los apuntes, preguntándose los unos a los otros "Oye, y esto no entraba, ¡¿no?!", repitiendo el mismo ejercicio resuelto mil veces y teniendo miles de fallos en las miles tonterías de siempre, a causa de los excesivos nervios pero la poquísima paciencia que le dedicábamos. Varios profesores nos habían dicho que éramos demasiado ansiosos, que descansasemos más y que nos lo tomásemos todo con más tranquilidad. Que con una buena organización, todo se sacaba. Por supuesto, la gran mayoría (en la cual me encontraba) no le hicimos demasiado caso al asunto.

A segunda hora teníamos PIC, "la asignatura más inútil y aburrida del mundo", comentábamos enfurruñados entre nosotros. Y encima me tocaba a mí exponer el trabajo de "el deporte respecto a los medios de comunicación", cosa que siempre he odiado. Soy muy tímida y odio hablar en público así. Lo hice lo más breve posible, con mucho sufrimiento encima, y el resto de la clase la pasamos estudiando más matemáticas y con nuestras tonterías de siempre.

A tercera hora teníamos Filosofía. Todo un alivio para mí, porque es mi asignatura favorita. La profesora nos mandó hacer una redacción en la que teníamos que imaginar que ocurría un gran desastre en la Tierra que sólo sobrevivíamos 20 personas, cosa que ahora me parece de lo más paradójico. Me pareció un tema de lo más interesante, aunque al mismo tiempo demasiado fantástico e improbable... Se suponía que lo íbamos a hacer en clase, pero al final acabamos hablando sobre algunos problemas personales de cada uno, que nos tenían algo intranquilos.
Había sido un curso difícil para algunos, y la verdad, fue una clase de lo más emotiva. Estamos muy unidos, por lo que el problema de uno acaba siendo el problema de todos. Lástima que con tanto examen no nos dijeramos ese tipo de cosas más veces, porque cierto es que nunca se dicen lo suficiente...

Llegó la esperadísima hora del recreo. Me comí la mitad de la manzana que traía, no tenía demasiada hambre, y la otra mitad se la tiré a un amigo pero porque él me había tirado con anterioridad su bocadillo. Vamos, dando ejemplo como alumnos maduros y responsables de bachiller.

Una amiga, de las personas más observadoras que he conocido, dijo de repente "mirad eso". Miramos adonde nos señalaba y pudimos ver cómo, en el pasillo del instituto, hablaban una profesora y un conserje: el conserje se echaba las manos a la cabeza, parecía súper preocupado, desesperado. La profesora, que era de las que nos daban clase, intentaba tranquilizarlo aunque parecía estar aún más nerviosa que él.

Aquello nos dejó muy extrañados: no era normal ver a un profesor en tales condiciones, había pasado algo. Algo grave.

Mi amigo (el que me tiraba el bocadillo) y yo fuímos a realizar una de nuestras famosas investigaciones. Nos gustaba hacer de periodistas (los demás nos llamaban cotillas, pero periodista sonaba mejor). Entramos en el edificio, pero a simple vista no pudimos apreciar nada fuera de lo normal.
Vinieron el jefe de estudios y otro profesor, no con mejor cara que las anteriores profesoras. Pudimos oír cómo el jefe de estudios decía "hay que actuar de forma normal hasta nueva orden, y punto. Si no, podría ser aún peor...", y justo al acabar la frase, nos vio. "Los alumnos no pueden estar aquí a la hora del recreo", dijo echándonos rápidamente al patio. ¿Qué estaba ocurriendo?

Le contamos a los demás lo que habíamos oído, pero decidimos seguir el consejo del jefe de estudios: actuar de forma normal hasta nueva orden.
El problema era que no sabíamos qué pasaba. ¿Qué teníamos que disimular?
"Tal vez cierren el instituto por los recortes, eso explicaría por qué los profesores están tan nerviosos. Puede que se queden en la calle", dijo una amiga. Parecía la teoría más razonable, sobre todo en estos tiempos de crisis. Esa suposición me puso algo triste, me gustaba este instituto. "Espero que no sea eso", pensé, sin sospechar a qué podían referirse realmente.

Se acabó la hora del recreo. Casualmente nos tocaba con la misma profesora que habíamos visto. Podríamos preguntarle, era una de las que tenía más confianza con nosotros.
Tardó más de lo normal en llegar a clase, unos diez minutos. "Perdonad chicos, perdí la noción del tiempo y he venido corriendo de desayunar", nos dijo con una sonrisa nerviosa. Pero eso no podía ser, porque la vimos en el pasillo durante el recreo.
Viendo que intentaba disimular los nervios y la preocupación por todos los medios posibles, nadie fue capaz de preguntarle. Había ratos en los que se mantenía de lo más serena, pero había otros momentos en los que parecía que fuese a empezar a llorar. Fue de lo más incómodo.

Luego teníamos lengua, pero la profesora no apareció. Nos pusimos juntos a repasar el examen, aunque al final acabamos hablando otra vez sobre lo mismo. Queríamos saber qué ocurría pero no sabíamos cómo descubrirlo. Era una situación rarísima, parecía de película.
"Mirad todos esos autobuses", volvió a decir mi amiga la observadora. "¿Hoy se iba algún curso de excursión?". Eran los típicos autocares que se alquilan para las salidas escolares.
"Creo que no", respondió otra amiga. "Aunque eso podría explicar por qué está todo el mundo tan nervioso; tal vez haya pasado algo en la excursión que sea"...

Y... ya llegó el temido examen. Me puse tan nerviosa que hasta se me olvidó el día tan raro que había tenido. Pero, para variar en ese día, la profesora tardaba en llegar. 5 minutos... 7 minutos... Un cuarto de hora...
Dos de mis amigos fueron a buscarla pero no dieron con ella. De hecho, no dieron con nadie.
"Luego se queja cuando llego tarde", dije riéndome, aunque en el fondo estaba preocupada porque cada vez me esperaba algo peor, no suelo ser muy optimista.
De repente, la profesora entró casi corriendo a clase, con la respiración entrecortada. "Profesora, ¡ya no da tiempo a hacer el examen!", le gritó enfadada una amiga. "Tranquila, no váis a hacer este examen. No vais a volver a hacer ningún examen...", nos respondió la profesora, asfixiada, se veía que había subido las escaleras corriendo.

Esa respuesta nos dejó helados. "¿Cómo que no vamos a hacer más exámenes...?", preguntó un chico. "Tenéis que venir conmigo. Nos vamos. No cojáis nada, no importa, ¡no hay tiempo que perder!", exclamó mientras nos hacía gestos para que corriésemos. "¡¿Pero qué pasa?!", pregunté al borde de un infarto. No aguantaba más esta situación. "Algo terrible... Ahora os lo contarán en el autobús. Tenemos que huír".
Estaba claro que eso era un sueño. Uno de mis sueños tan surrealistas.
"¿Huír de qué...?", preguntó un amigo, perplejo, paralizado por el miedo. "¡Ahora os contarán en el autobús!".

Nos montamos todos en el autobús. Pero para nuestra sorpresa, no éramos sólo nosotros: Había miles de autobuses en la avenida, algunos se iban llenando de la gente del lugar (de mucha más de la que cabía en cada uno), guiada por un militar por cada autobús, y otros venían ya llenos. Había un atasco impresionante, todo era un caos.
"Chicos... creo que debéis saber qué ocurre de una vez", nos dijo la profesora.

Por supuesto, estábamos aterrados. Por una parte casi preferíamos no saber qué pasaba, aunque por otra necesitábamos saberlo. El militar de nuestro autobús nos empezó a contar: "Veréis... resulta que un meteorito gigante se dirige hacia aquí. Va a caer increíblemente cerca. Se creía que iba a caer sobre esta noche, por eso no os hemos evacuado antes, para que cada uno fuese con su familia nada más salir de clase. Pero nos han comunicado que se ha adelantado; caerá sobre las 7. Debemos salir cuanto antes porque por lo que conocemos de él, va a causar estragos... El choque originará tal explosión que, básicamente, dejará el mundo cubierto de una enorme nube, lo que deshabilitará las comunicaciones. El mundo está en peligro, y nosotros estamos solos". Y, al ver nuestras caras de horror, añadió poco convencido: "que no cunda el pánico...".

"Pero cómo puede contarnos todo eso y pedirnos que no cunda el pánico...", pensé. Podía oír gritos de horror procedentes de otros autocares, pero el nuestro estaba en silencio. Casi daba más miedo el nuestro. Nos llevamos como una hora callados, algunos llorando, otros en shock... Todo parecía una broma, pero no era el día de los inocentes.
Esperaba a que me llamaran mis padres, o algún tío, no sé, alguien de la familia. Yo no podía porque no tenía saldo. Aquella situación era de película.
"¿Y cuándo nos reuniremos con nuestra familia?...", preguntó una amiga, rompiendo finalmente el silencio. "Nos reuniremos todos en un refugio subterráneo a las 7:00, 7:15 como mucho". "¿Y cómo sabemos que nuestra familia también va?". "Han evacuado la ciudad entera, no os preocupéis".
Pero por supuesto eso no nos tranquilizó. Ni mucho menos.

Me quedé mirando por la ventana (siendo cuatro personas en dos asientos, estaba aplastada contra ella), mirando cómo pasaban los demás autocares. Según de la zona que eran, iban de un color u otro. De repente vi uno verde y... ¡mi hermano iba en él! Parecía asustado pero tampoco se le veía demasiado mal.
Eso me hizo sonreír y preocuparme un poco menos.

Pasamos el resto del trayecto igual. De vez en cuando nos cruzábamos un par de palabras nerviosas entre nosotros, pero de ahí no pasaba.
Yo no dejaba de pensar en películas películas sobre catástrofes. En la gran mayoría los desastres empezaban en Europa y los Estados Unidos salvaban el mundo, por lo que prefería pensar simplemente en cómo se salvaban.

De repente, el militar recibió un mensaje en su walkie-talkie. No se oía demasiado bien pero el emisor parecía bastante nervioso. "Repita, cambio", dijo el militar. El emisor volvió a repetir y al receptor se le cambió la cara: tendría que haberle dicho algo horrible, más aún. Los autocares empezaron a acelerar. Vimos cómo el militar se asomaba por la ventanilla y escuché una voz que dijo "¡mirad eso!".
Era lo más impactante que había visto nunca. Una gigantesca bola de fuego se acercaba velozmente. No sabría decir si estaba muy cerca o es que era tan gigante que se veía así a pesar de toda la distancia que se supone que habíamos recorrido ya.

Todos pensamos en lo mismo, en qué pasaría ahora, en cómo es que iba a caer ya si se suponía que caería esta noche. "¡Acelera!", le gritaba el militar al chófer, como si por recorrer algunos metros más en los últimos segundos fuese a salvarnos a todos. Sin poder dejar de mirar por la ventana, nos dimos las manos. Pude ver cómo chocaba y originaba una explosión gigantesca, y ya ahí cerré los ojos. Quería que todo acabase ya. Los autocares salieron por los aires, chocaron unos con otros... Entonces, entre los gritos y el caos, me di un golpeé la cabeza con la ventana y perdí el conocimiento.


"Despierta...". ¿Quién había dicho eso? ¿Estaba muerta?
"Despierta... por favor... dime que estás viva". No, estaba viva. Abrí los ojos y vi una silueta, levanté un poco la cabeza, pero me sentía demasiado débil y volví a desplomarme.

Mi madre me despertó y me dijo que todo había sido un sueño, que no me preocupase. Pero de repente cayó un meteorito en mi casa y me desperté, sola, en mitad de la carretera. Lo de mi madre había sido un sueño. El meteorito, no.

¿Cómo había podido sobrevivir? Me levanté, aún débil. ¿Cómo podía haber ocurrido eso?
Estaba oscuro, nublado. ¿Era de noche o era la nube ocasionada por la explosión?

"¡Al fin despiertas!", dijo una voz desde la lejanía. La que me despertó antes. "Pensé que habías muerto... ¿cómo estás?". Era una chica del instituto. Una chica que hace algún tiempo había sido de mis mejores amigas, pero con la que hasta ahora no había vuelto a hablar a causa de una pelea. Era bastante reconfortante encontrarme con alguien que conocía, pero igualmente me sentía horriblemente normal. No me creía lo que había pasado. "Estoy bien... Creo". Me comprobé. Aparte de enormes arañazos y golpes, no parecía tener ninguna herida seria. "Tengo una sorpresa para ti", me dijo. "Sígueme".

Se veían restos de autocares carbonizados. Prefería no saber qué había sido de la gente que iba dentro. Había fuego por algunas partes, y salía mucho humo de donde cayó el meteorito. No me atreví a preguntar si había sobrevivido más gente.

"Ya hemos llegado", dijo. Era medio autobús y servía de refugio. Vi a un par de personas que no conocí. Seguía sin creérmelo. "Ven por aquí...". Me llevó a la parte de atrás del refugio. Allí tenían a unos cuatro heridos. "¿Marina?", oí una voz infantil. No podía ser... "¡Marina! ¡Ven!". ¡Era mi hermano! Fui corriendo hacia él, me sentía feliz, ¡mi hermano había sobrevivido!
"Diego... ¿qué te ha pasado?". "Me he hecho mucho daño en la pierna, pero da igual, estoy vivo". Me quedé alucinando. Él sí que era capaz de ser optimista... tenía la pierna destrozada.
No pude aguantar, empecé a llorar, muy fuerte. ¿Realmente ocurría todo esto? No era capaz de creérmelo. "No llores, no me duele... Papi ha ido a buscar a mami, que no venía con nosotros". "¿Está bien?", pregunté sin poder dejar de llorar. "Claro. Mañana vendrá", me dijo consolándome. Aquello era increíble, un niño de 10 años consolando y tranquilizando a una de 16...

"Marina, relájate", me dijo mi salvadora. "Si no va a ser peor...". "¿Por qué?", pregunté. "Al líder no le gustará...".  
Tenía tantas preguntas que hacer, tantas cosas en las que pensar. ¿Quién era ese líder?
"¡Venid todos!", dijo una voz masculina desde el interior del autobús.
"Yo me quedo con mi hermano", le dije a mi salvadora. "No puede ser... Tienes que venir. Si no, va a ser peor".
¿Pero tan horrible era ese líder? Si a penas había pasado tiempo...
"Venga, ve. Ahora me cuentas lo que te diga", me pidió mi hermano. "Vale...", acabé aceptando.

Fui con mi salvadora al interior del autobús. En total éramos cuatro allí dentro: mi salvadora, una anciana que había sido mi vecina, el líder y yo. "Supongo que sabréis lo que ha pasado...", dijo el supuesto líder. "Esto es el apocalipsis. Y si no queremos el final de la especie humana, debemos de organizarnos bien. Me he autoproclamado líder porque me considero el único capaz de hacerlo. Mañana nos organizaremos. Iros a dormir".

Le hicimos caso. Aunque me pareció injusto y, sobre todo, poco democrático la autoproclamación del líder, me pareció razonable. Era un hombre fuerte, carismático, y parecía bastante inteligente.
La señora se echó a dormir. Nadie se había presentado. Mi salvadora y yo nos fuímos de nuevo con mi hermano, y allí nos quedamos los tres a intentar dormir algo.
Yo no dejaba de hacerme una pregunta: ¿Cómo podían la ciencia y la tecnología haber fracasado hasta tal punto? Nos prometieron seguridad, o como mínimo, grandes redes de comunicaciones. Estábamos convencidos de que nunca pasaría algo así, y, en el caso de ocurrir, alguna gran nave destruiría el meteorito o nos enteraríamos a tiempo para huír bien, y no de la forma que ha ocurrido.
Realmente me di cuenta de lo frágiles que llegábamos a ser los humanos, e incluso lo frágil que llegaba a ser el planeta Tierra. ¿Pasaría como con el final de los dinosaurios?

Luego, después de tantas reflexiones trascendentales, le pregunté a mi salvadora si sabía algo de alguien conocido. No sabía nada. ¿Qué habría sido de mis amigos, de la profesora? Al fin y al cabo venían conmigo. Mi salvadora me dijo que mañana saldríamos a buscar a más gente, y la verdad, si por mi hubiese sido habría ido en ese mismo momento. No soportaba esa situación, necesitaba saber qué le había pasado a la gente que me importaba.

Al menos sabía que mi padre estaba bien, y que estaba buscando a mi madre. Dios, mi madre. Yo estaba convencida de que estaría viva, era la persona más fuerte que había conocido. Pero de repente me puse a pensar... ¿Y si sí le ha pasado algo? Entonces volví a llorar y me quedé medio dormida, rezando porque la pierna de mi hermano no se infectara.

"¡Despertad!", dijo una voz masculina. Era el líder.
"Nos repartiremos las tareas. Usted, señora, se quedará cuidando de los enfermos. Tú, la chica que encontramos ayer por la noche, irás a buscar a más gente. Y tú, la que la encontraste, encenderás un fuego por si viene alguien de otro país a salvarnos".

Aquello me pareció absurdo. Ya había fuego por otras partes y con todo el humo de la explosión no se vería nada. Así se lo dije al líder, porque quería que mi salvadora viniese conmigo.

"Chica... si yo soy el líder, es por algo. Será porque sé lo que hay que hacer. Y vosotros tenéis que obedecerme. No quiero que vuelvas a contradecirme", me dijo. Fui a replicarle pero me pegó un tortazo, y me dijo que si tan débil era que me fuera, que así no serviría de nada.

Vi entonces que lo mejor sería hacerle caso y me fui, mientras pensaba en el líder. Era un dictador. ¿Y por qué era débil al contradecir su absurda idea? No entendía nada...

Fui mirando autocar por autocar. Había muchos cadáveres... los primeros me impactaron muchísimo. Pero, para bien o para mal, me acostumbré a la muerte y fui identificando cuerpo por cuerpo a ver si conocía a alguien. Había algún conocido pero ningún ser querido. Aquel trabajo era mucho más horrible de lo que parecía... Sentía un miedo horrible cada vez que veía un cuerpo que se pareciese en algo a mi madre o a algún amigo.

"¡Marina, el líder nos llama!", dijo mi salvadora, que venía corriendo. "Dice que tiene trabajo nuevo para nosotras".
Fuímos y el líder nos mandó a ambas a buscar comida. Hasta que no se mencionó la comida, la verdad es que no sentí hambre. Pero al ir a buscarla, me sentía el estómago tan vacío que casi me caía. "¿Y el líder qué hace?", le pregunté a mi salvadora. "Liderar. Nada más", me respondió.
¿Pero cómo podía ser eso? El líder me parecía cada vez más incompetente. Pero no estábamos en condiciones de organizar una revolución. Nos pusimos a coger bayas (rezando para que ninguna fuera venenosa), plantas y algunas frutas. Cogimos lo suficiente para dos días.

"Ya estamos aquí", le dijo la salvadora al líder. "Bien, no está nada mal", dijo mirando todo lo que trajimos. "Uno de los heridos es biólogo, puede que sepa decirnos qué bayas son venenosas. Vamos a comer", dijo, llamando a todo el mundo.

A cada uno nos dio una pequeña porción, y lo demás lo dejó para él. Aquello me desconcertó bastante, pero todavía me dolía el tortazo que me propinó por la mañana. "Perdone... creo que el reparto ha sido bastante desigual", dijo uno de los heridos, el que era biólogo. Había perdido una mano. "Yo soy el líder y merezco más alimento, no sabéis lo difícil que es liderar", dijo el dictador mientras se comía una manzana de dos bocados. Me puse a recordar la manzana que comí el mismo día anterior, cómo tiré la otra mitad... ¿Cómo pude hacer eso? ¿Cómo podía valorar tan poco mi grandiosa vida de antes?
El reparto me pareció de lo más pobre, por lo que me comí mi mitad y la otra se la di a mi hermano. Lo necesitaba más que yo. Pero al líder pareció no importarle mucho, y se lo comió todo.

Llegó de nuevo la hora de dormir. La salvadora y yo nos fuímos de nuevo a dormir con mi hermano. Tenía muchísima hambre. "Chicas", nos llamó el biólogo. "Las bayas que habéis cogido hoy son venenosas", nos dijo. "Vaya... Pues hemos cogido muchas, lo siento". "¡No! Eso está genial. Así nos quitaremos de encima al líder. Se las ha comido todas".

Esa idea me horrorizó. "¡Has asesinado a una persona!", le dije. "Era en defensa propia. A este paso, no duraríamos ni dos días. Podemos vivir bien repartiéndonos las tareas, sin ningún tipo con afán de dictador", dijo. Me seguía pareciendo mal, pero estaba claro que con todo esto la moral también tenía que cambiar. Las leyes ya no existían. Había que reinventarlo todo... Era una idea difícil de asimilar.

Y tal y como el biólogo planeó, el líder apareció muerto.


Los demás días siguieron pasando igual. Nos levantábamos, buscábamos comida e íbamos buscando a posibles supervivientes por la zona, cada día alejándonos un poco más, pero sin encontrar nada. Empecé a perder la ilusión en ese aspecto... Prefería no pensar demasiado en el tema y preocuparme por mi hermano, que aunque seguía sin poder andar iba mejorando poco a poco.

A pesar de todo, habíamos tenido suerte. Después de asesinar al líder, las cosas nos habían ido bien. Por suerte, nadie quiso ser el nuevo líder, y nos iba muy bien con la nueva anarquía que habíamos inventado. Poco a poco me iba acostumbrando a esa nueva forma de vida.


Una noche, escuché un ruído. Era como un grito. "¿Has oído eso?", le dije a la salvadora. "No he oído nada. Serán imaginaciones tuyas", dijo dándose la vuelta y durmiéndose otra vez. "Pues serán imaginaciones mías...", pensé.
Al rato, volví a oírlo, un poco más claro esta vez. ¡Era un grito de un hombre! ¿Y si era mi padre? Avisé a mi salvadora de que me iba a ver qué era, y me dijo que vale, que no tardase. Creo que estaba dormida y no me escuchó.

Salí corriendo, ilusionada. ¿Sería mi padre buscándonos para irnos con el y con mamá? Eso sería maravilloso. Le daría una gran sorpresa a Diego. Los gritos se oían cada vez más cerca. "¡Estoy aquí! ¿Dónde estás?", gritaba yo.
Hasta que de repente encontré a un hombre tirado en el suelo. Me asusté mucho, parecía estar muerto. Pero levantó la cara, y... ¡Sí, era mi padre!
Me emocioné muchísimo, fui corriendo a abrazarle. Estaba muy contento de verme, pero al mismo tiempo estaba mal, fatal. "¿Qué te pasa?", le pregunté. "Tu madre... la encontré, pero ayer..", me dijo casi llorando.

Entonces no quise oír nada más. No podía haberlo encontrado para esto. No podía haberse ido a buscarla tanto tiempo para encontrarla muerta.

"Lo siento... No pudo. Estaba muy mal...". "Bueno, ¿pero tú cómo estás?", le pregunté aún impactada por la trágica noticia. "Bien, bien... He estado en otro campamento con tus amigos. Están todos. Habéis tenido mucha suerte".

Eso me hizo algo más feliz. La verdad, no sabía cómo sentirme. Estaba fatal por mi madre, no pude despedirme... Esto no era como en las películas. En las películas todos acababan bien. Pero todos los demás estaban bien. Eso me hacía muy feliz.

"Tenéis que venir. Tenemos un refugio muy bueno", me dijo mi padre, más relajado ya. "A Diego no le diremos nada todavía... ¿vale?". Me pareció bien. Ya se lo diríamos más adelante.

Llegamos a nuestro refugio. Diego se puso muy contento al ver a mi padre. Preguntó por mi madre. Le dijo que no la había encontrado...

Esa noche nos quedamos todos allí, descansando para la "mudanza" que nos esperaba a la mañana siguiente. Era un largo camino el que había que recorrer.

A pesar de todo, fuímos contentos. Teníamos ganas de ver a más humanos, aunque eso conllevara el riesgo de encontrarnos con otro líder. Ahora nos tocaría adaptarnos al sistema que hubiesen creado en ese campamento.

Después de kilómetros y kilómetros (toda el camino era igual y eso lo hacía aún más largo), llegamos al lugar. Me vi a todos mis amigos allí, sentados, como si fuera otro recreo más. Fui corriendo a abrazarlos, por suerte estaban todos vivos. También estaban algunos de sus familiares. Por lo visto todos los pequeños campamentos acabaron reuniéndose en ése. En total no éramos más que 30 o 40 personas, y de esas sólo conocía a unas 20 como mucho.

Nos adaptamos rápidamente a la forma en la que trabajaban. Lo bueno de esta situación era que cuando alguien "la liaba", no trabajaba o quería ser más que alguien, acababa eliminado de alguna manera. Como ya dije antes, esta situación cambió todas nuestras leyes, nuestra ética.


No sé cuánto tiempo estuvimos así. Nuestro único problema era la comida: a causa de la gran nube no llegaban los rayos de sol y cada vez había menos plantas. De vez en cuando cazábamos algún conejito o algo, o bichos, pero no era lo normal.

Después de unos 2 meses viviendo así, mi amigo el biólogo vino corriendo, eufórico. Venía de buscar comida. "¡¿Qué pasa?!", le preguntamos. "¡Viene un coche! ¡Un coche!".

¡No podía ser! ¡¿De dónde venía?!


Resultó ser un coche que venía desde Alemania. Como con la gran nube no se podía volar, vinieron coches de todas partes desde Europa. Por suerte, nos encontraron rápido y nos llevaron allí a Alemania. Fue extraño, aparecimos como héroes. Volvió a ser un shock: de repente volvimos al mundo normal y eso era muy raro.

Diez años han pasado ya. Fue muy duro para los humanos adaptarse a esa nube, que duró cosa de un año y medio. Por supuesto murió muchísima gente. Pero al final conseguimos sobrevivir, no dejo de pensar la suerte que tuvimos. Aún hoy sigo triste por mi madre, todos los días me acuerdo de ella. Pero también estoy feliz porque conseguimos adaptarnos a unas condiciones ultra difíciles, lo que me hace sentir como la protagonista de una película que acabó teniendo un final feliz.



3 comentarios:

  1. Un pelin ilogico pero me has inspirado!;) al final le falta algo de sentido y has enlazado mal los datos pero la idea original es sublime!;) me ha inspirado un montón!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, sé que hay algunos cabos sueltos pero me justificaré con la cosa de que tuve que hacerlo totalmente a contrarreloj porque lo dejé para el último día y no me daba tiempo... D': Y gracias también por ser sincero (o sincera) y hacer una crítica constructiva, porque quiero mejorar. :D
      A propósito, ¿nos conocemos?

      Eliminar
    2. Muchas gracias, sé que hay algunos cabos sueltos pero me justificaré con la cosa de que tuve que hacerlo totalmente a contrarreloj porque lo dejé para el último día y no me daba tiempo... D': Y gracias también por ser sincero (o sincera) y hacer una crítica constructiva, porque quiero mejorar. :D
      A propósito, ¿nos conocemos?

      Eliminar